Una vez que España se ha podido dar el gustazo de quitarle totalmente la confianza al partido socialista y dejar en manos de Rajoy los mandos de un país que ha de enfrentarse a serios problemas, ya solo queda, efectivamente, enfrentarse a los mismos.
Por mucho que se lancen mensajes de aviso por parte del partido popular, muy cautelosos en este aspecto “No hemos prometido milagros”, “ardua tarea” y un largo etcétera, una gran parte de la población piensa de veras que el cambio económico va a derivar de este cambio político. En parte han sido inducidos por el estigma de la confianza. Si nos dicen que lo que hay que buscar es la confianza, y yo mismo y todo el país confía de veras en Rajoy, ¿a qué más hay que esperar para crecer? Desde luego, no todo es tan sencillo.
Por lo pronto, España, a través de Artur Mas, en Cataluña, empieza el cambio con los ajustes que, se creen, necesarios. Más impuestos, menos salarios (y he leído incluso ya, por finy con osadía, el copago). Poco queda para que a nivel estatal, el gobierno central haga santo y seña las políticas que, desde las autonomías populares se han ido gestando poco a poco. No nos podemos llevar las manos a la cabeza, como tampoco podíamos hacerlo con el gobierno socialista. Pero sigo intentando que alguien me explique por qué, el que Zapatero aumente el IVA sea una política que va a destrozar el país, mientras que cuando lo haga Rajoy será un mal que hay que sufrir como parte de un ajuste necesario e inevitable que, como buenos mártires votantes, haremos con orgullo y patriotismo. La excusa de que los ajustes hay que hacerlos por la política derrochadora del gobierno no me valen, pues si Zapatero ha perdido es, sobre todo, por unos durísimos ajustes (jubilación, funcionarios, coste laboral) que, con el tiempo, no han llegado a materializarse en nada. De nuevo, la diferencia, claro, es la confianza. La confianza y la fe ciega que tenemos de que los ajustes, los mismos ajustes, ahora marcados con el sello popular, sí nos lleven al destino prefijado.
Por lo pronto, le piden a Europa que tenga más protagonismo, y Alemania pide que el BCE lo tenga menos. Me vuelvo a preguntar, ¿Quién le ha dado a Alemania los mandos absolutos de una Europa que, en teoría, es común? ¿Puede su superioridad económica convertirse en superioridad moral y debe traducirse esta en superioridad política? Muchos pueden creer que sí, los mismos que creen que los tecnócratas, sea lo que sea eso, son, en tiempos de crisis, mejor que cualquier otro político, sea lo que sea eso.
Estados Unidos revisa a la baja su crecimiento, Europa empieza a ofrecer datos que van en sintonía con los sentimientos, predicciones, miedos y temores de los que hace tiempo apuntaban a esta nueva “recesión”. España, decía ayer Funcas, entrará en terreno recesivo (decrecimiento) a comienzos de 2012. Y así, obviamente, es imposible que el empleo (que ya vuelve a crecer de forma exponencial), baje a los niveles exigidos.
Tengo confianza plena, y así lo espero, en que, como mínimo, este nuevo gobierno vaya a ser más serio. Puede sonar una tontería, pero aunque siendo crítico con una derecha que me preocupa, me he llegado a hartar de las variopintas escenas de una Pajin, una Salgado y un Blanco que han destrozado, sino el país (que no lo creo), si la gobernabilidad. El país debe ser llevado por manos inteligentes, y por un equipo de alta compenetración y rigurosidad. Me fastidia más que a nadie que la izquierda no haya sabido llegar a ello, pero es lo que hay.
Así pues espero que el nuevo ministro de economía hable claro, se pronuncie pronto, valore y le explique a la ciudadanía una verdad que muchos no quieren entender (con todas sus caras). Tengo ganas de ver como encara la política económica, como la afronta, qué opina y como actúa frente a la indomable Alemania, el gigante aun dormido que es China, y el moribundo señor que es una América sin rumbo. Como ciudadano, quiero que explique la verdad. Como político, quiero que no me tome por tonto. Y como economista quiero que sea riguroso y un buen analista. Sé que pido un imposible, soy realista.