Tenemos dos orejas, dos ojos, pero una sola boca. Debemos escuchar y ver, el doble de lo que hablamos. Lo mismo sirve para trasmitir con la escritura, pues aunque tenemos dos manos solo empleamos una. Como decía Baltasar Gracián, somos esclavos de nuestra palabras y dueños de nuestros silencios. Aprendamos a aprender; y a enseñar solo cuando se nos solicite. Debería estar prohibido hablar por llenar de sonidos el ambiente, pues aunque molesta mucho el silencio, si entre varias personas llega el silencio, es responsabilidad de todos y no solo de ti.
Habla pues menos de lo que crees y elije el momento y el lugar. Piensa bien sobre qué tema y desde qué óptica va a intervenir y desarróllalo con tranquilidad y sosiego. Si te escuchas después de hablar, te darás cuenta de lo mucho que deberías haber callado o haberlo planteado de otra manera. Pero ya no hay remedio.
No se trata de estar siempre callado, pues darán una sensación de inoperante e inútil, sino de saber elegir y sobre todo de medirte. Si tienes dudas entre decir una cosa o no decirla, la decisión es sencilla. No la digas hasta que dejes de dudar.