Todos vamos madurando durante toda nuestra vida, a base de experiencia, de aprendizajes y también de golpes. Es siempre así en todos nosotros. Madurar es reconocer que somos vulnerables, débiles, frágiles ante los ataques de otras personas, del ambiente, de la propia vida. Madurar es admitir que nos vamos a morir. Y asumir todo esto es duro, pero lo es para todos nosotros. Unos tardamos más y otros menos, incluso algunos no lo consiguen en toda su vida.
No es que pretenda con estas líneas que seamos capaces con facilidad de reconocer nuestras debilidades, que sin duda no estaría nada mal que así se hiciera, sino al menos que se admitiera que en algún momento de nuestra vida lo tendremos que hacer.
Pero reconocer nuestras debilidades no es negativo.
Al revés, nos sirve para tomar conciencia de nosotros mismos y saber qué podemos hacer, qué grado de fuerza mental y vital debemos entregar ante cada circunstancia.
Solo los que admiten que la vida es finita son capaces de saborear mejor las dichas de la vida.
Disfrutar de la vida, consumirla, es otro tema. Se puede consumir, gastar, gritar de alegría en un momento dado aunque no se quiera admitir que somos débiles. Pero intentar disfrutar de cuantas horas diaria mejor, eso, ya no es tan sencillo si antes no pones en valor la propia vida de cada uno de nosotros.
Tenemos que elevarnos sobre nosotros mismos para conquistar nuestro espacio vital, admitiendo que todo tiene un tamaño, un espacio, un sentido. Y un final.