26.7.11



Debatía la otra tarde con dos representantes más o menos típicos del momento social actual —una joven indignada de 21 años (estudiante y parada) y un conservador mental y trabajador duro de 55 años (con problemas laborales que le puede llevar al desempleo)— y se encuentran puntos de convergencia en sus discursos, pues ambos coincidían en parte de su mensaje verbal, a la hora de criticar a los políticos actuales. Partían de ideas completamente distintas. Una votante de IU y otro votante del PP, pero en algunos puntos críticos coincidían, algo que nos debe obligar a recapacitar a todos.

El marco mental que la sociedad emplea en su interior para pensar de los políticos, es en general tremendamente negativo. Solo aflojan en sus críticas cuando les planteas abiertamente que es: o los políticos o los militares; que en 3.000 años de historia social de esta humanidad no se han dado sistemas de gobierno diferentes a estas dos posibilidades. ¿Lo harían mejor los militares que los políticos? Aquí vuelven a estar de acuerdo. No.


Tenemos los políticos que nosotros sabemos elegir. Muchas veces incluso, los que volvemos a elegir. Se nos olvida que a los políticos se les elige a la hora de votarles pero mucho antes a la hora de convertirlos desde las organizaciones políticas en líderes de su partido político. Nuestra desafección hacia todo lo que suena público o político nos convierte en persona que huimos (huyen) de toda participación social como implicación personal.

Sin duda somos capaces de entender mucho mejor las acciones de los políticos de derechas que la de los de izquierda, que por lo general trabajan con mucho más cuidado. Este es además el marco más preocupante para los políticos progresistas. Se entienden los abusos o errores de los políticos conservadores desde un marco de referencia muy diferente al que se coloca para comprender las decisiones correctas o no de los progresistas.

Los políticos tienen gran parte de responsabilidad de este empobrecimiento general de su imagen social. No han sabido explicar su trabajo, no saben dirigirse a sus ciudadanos, no logran comunicar bien y además no ejercen con suma honradez y limpieza la que debe ser su trasparente labor. Es como si al ascender socialmente a la categoría de “político con mando”, se convirtieran en seres que ellos creen ser capaces de ser respetados, por el simple hecho de su cargo y no por el de sus obras.

El político del siglo XXI deberá cambiar fundamentalmente su manera de ser trasparente, su forma de explicar sus actos, su gestión y sus decisiones. Debe ser partícipe junto a su sociedad de sus pasos públicos, sabiendo además que a él le corresponde la responsabilidad de tomar decisiones pero también la de saber explicarlas bien para que sean compartidas. No a la hora de tomarlas pero si a la hora de explicar su gestión constantemente.

Alguien ya apunta que a los políticos habría que renovarles su puesto de responsabilidad cada año y no cada cuatro años. Es algo a estudiar con sus ventajas e inconvenientes.