Todos
los días deberían ser 8 de marzo. En una sociedad donde la pobreza crece más
entre las mujeres; en donde existe una brecha salarial entre mujeres y hombre que
aumenta día a día y que en Aragón se acerca al 30%; en un país donde se sufren graves
retrocesos de derechos y muy especialmente en el ámbito de los derechos de las
mujeres; donde el paro y la precariedad laboral se ceba en las mujeres con una
tasa de actividad femenina quince puntos inferior a la masculina, más todavía
entre las jóvenes; donde los puestos directivos de las empresas son casi
exclusivamente masculinos; donde el derecho a decidir sobre su propio cuerpo es
todavía una reivindicación casi revolucionaria para las mujeres, el 8 de marzo
no puede ser sino un día reivindicativo, de lucha y de recuerdo para todas las
mujeres y los hombres que fueron abriendo caminos hacia la igualdad no exento
de incomprensión, de dificultades e incluso de represión en una sociedad
abiertamente patriarcal.