Cuando hay poder hay capacidad para poder castigar. Es de lo primero que se aprende en cuanto se obtiene ese poder. Es lo más sencillo de aprender y de practicar. Pero no es lo mejor para obtener resultados. Y no me refiero solo a niños, incluso no me refiero preferentemente a niños sino a los adultos. En las empresas se castiga. Hace unos años se castigaba mucho más que ahora, pues en estos tiempo de indignidad laboral y de una debilidad tremenda para mantener el empleo, casi ya no es necesario castigar. Todo es un castigo pues la excesiva movilidad profesional es el mayor castigo para todas las partes.
En las empresas paternalistas de hace unas décadas el castigo casi nunca era el despido. Era muy complicado en una PYME llegar a despedir y todos los contratos eran fijos. NO era complejo por la indemnización, eso es un bulo equivocado, sino por la propia filosofía de la empresa. No se contemplaba el despido en la empresa paternalista más que como último extremo, y eso no quiere decir que fuera una empresa ejemplar, al contrario, era una empresa esclavista pero con sus reglas de relación. La motivación entonces era seguir siendo paternalista.
En estos tiempos cualquier castigo disminuye la atracción de todo el grupo hacia su líder por lo que siempre es preferible premiar que castigar. Todos poseemos también este poder, el de premiar. Y casi todas las veces sale más barato premiar que castigar aunque no sepamos medir sus costes.
El poder de castigo consiste en la capacidad de producir una sensación de malestar en la otra persona, demostrando quién manda en la organización. Pero el premio tiene las mismas bases y motiva más. El Premio o el "NO premio".
Ahora se castiga con asignar tareas más duras, más aburridas, más de rincón. Y se castiga dejando a alguien sin un premio que esperaba, o sin los beneficios que solicita y no son de Ley. Se le niegan unas fechas de vacaciones determinadas, se le asigna un puesto en el organigrama inferior al resto, no se le convoca a según qué reuniones, etc.
Llegados a este punto, la desafección en la relación es ya contundente y casi rota, por lo que solo hay dos opciones. O alguien toma la decisión de hablar con la otra parte para encaminar el problema, o hay que admitir que es cuestión de tiempo el que todo se rompa. En estos años suele suceder esto último, para desgracia de ambas partes, pues en ambos casos es la constatación de un fracaso.
Llegados a este punto, la desafección en la relación es ya contundente y casi rota, por lo que solo hay dos opciones. O alguien toma la decisión de hablar con la otra parte para encaminar el problema, o hay que admitir que es cuestión de tiempo el que todo se rompa. En estos años suele suceder esto último, para desgracia de ambas partes, pues en ambos casos es la constatación de un fracaso.