Estos últimos años han servido para
cambiar las formas de las oficinas internas, la de trabajo interno, bajando
paredes, suprimiendo espacios cerrados, impersonalizando los puestos de
trabajo. Se busca que todos nos podamos mirar y ver, observar y que no se creen
habitáculos privados, cerrados y escondidos.
Parecen formulas modernas, lógicas, útiles.
Se comparten espacios, se abaratan costes, se gana en trabajo en equipo, se
abre la mirada y con ello la sensación de amplitud y de control interno de las producciones.
Bien. Lo malo es que siempre hay jefes y jefecillos que se intentan rebelar,
buscas excusas y apoderarse de lugares comunes como sitios de uso personal.
El siguiente paso es crear espacios
totalmente deslocalizados. Las personas tienen un ordenador y diversas formas
de conectarse al mundo mundial, de guardar archivos, de estar siempre
comunicados. Ya no es necesario tener mesa, ni impresora, ni fax. Un teléfono
móvil, uno o varios email, archivo en la nube y una seguridad a prueba de
tontos.
Evitamos papel, herramientas intermedias,
archivos, bolígrafos, espacio. Pero hay que conservar como sea que la empresa
matriz tenga la suficiente información por si las personas un día deciden “irse”.
Las oficinas abiertas son el futuro y van
venido para quedarse. Así que si usted es de los que todavía tienen paredes y
puertas, un consejo. No las deje cerradas más que lo imprescindible. No de la
sensación de que sin la puerta cerrada está vendido. Pues al final se optará
por lo americano, lo europeo, lo práctico. Quitarle la puerta y bajarle las
paredes.