Las naciones necesitan a las personas
para levantarlas o para hundirlas. Se necesita a la persona y su capacidad para
trabajar bien, en busca de la excelencia, laborando en equipos y junto a otras personas,
para lograr una competitividad que sea capaz de crear riqueza para el país y
para las empresas en él constituidas, que nunca debe ser lo mismo que sólo riqueza para los dueños de las
empresas, pues estas son en realidad un activo de muchos más factores para una sociedad, que los
simples accionistas.
Solo aquellas empresas que sean capaces
de crear equipos inteligentes, que sepan gestionar la producción, el esfuerzo,
la excelencia de sus productos, los mercados sobre los que actúan, la formación
continua de sus integrantes y la motivación con justicia laboral, lograrán
triunfar en este presente nuevo que nos va saliendo tras la crisis profunda.Y España necesita sin duda de grandes empresas pequeñas que se quieran convertir en medianas.
El futuro próximo será de aquellos que entiendan
que nuestro espejo es la competitividad en excelencia y calidad y no el
abaratamiento de los costes a base del empobrecimiento de todos los factores
que intervienen en una empresa. Hay que estimular el crecimiento empresarial desde unas normas lógicas de funcionamiento, donde no exista la miseria ni el abuso, y sí el benefio del bien común de una sociedad y sin duda el beneficio de los que aportan su propio capital para que los riesgos de una empresa funcionen. Pero para conjugar todo esto, hay que poner normas. Y asumirlas.