Esto en el marketing se emplea mucho. Una colonia no es más que agua con algunas gotas de esencia de flores. No sabemos dónde la han mezclado, quien la manipula, de dónde vienen las hojas de olor. pero si nos la meten en un cristal de diseño dentro de una caja diferente a las demás y además nos la publicitan en la tele, miel sobre engaño. Nos pueden cobrar el ojo de la cara. El de arriba. Uno de los dos.
Es posible que sea espliego de Soto de San Esteban, cocido en El Burgo de Osma, pero nos han convencido de que es la misma fragancia que se pone la actriz famoso de las tetas sobresalientes. Y con eso y un bizcocho, hasta mañana a las ocho.
Con la restauración actual sucede lo mismo pero de otra forma. Nos pueden dar una sopa de cocido, pero si nos la sacan en pequeña cantidad —pues no vamos a alimentarnos sino a disfrutar— mientras huele a mies recién segada… pueden convencernos mejor de que estamos en los campos de la Castilla del mes de julio.
Una morcilla ya no es una morcilla. Ni es cilíndrica ni con piel de los intestinos del animal. Si acaso sigue siendo negra pero no es seguro. Incluso pueden decirnos que ahora es dulce cuando las morcillas dulces llevan siglos en nuestra cocina.
Tranquilos pues así vamos cambiando nuestra concepción del mundo, creyendo que todo se modifica y que los inventos actuales son fabulosos.
¿Habéis probado la borraja cocida y aliñada solo aceite de oliva del bueno? Que no os engañen, no es necesario nada más. Los langostinos como están bien es frescos, francos y de Castellón. Sal y calor de brasa o parrilla. Si quieres y si eres de Murcia, con unas gotas de limón. Pero con la borraja es estropear los langostinos. Y la borraja.