¿Por qué no jugamos más los adultos, para incluso llegar a ser más productivos? Somos muy serios, vamos disfrazados de adultos siempre, nos comportamos grises y nada imaginativos, somos muy sosos y aburridos, predecibles, apagados y dominados.
Nos creemos que ser niños va con la edad y que a partir de un número de años ya nunca más podemos ser niños.
Incluso nos creemos que ser niño no sirve de mucho, no sirve para esta vida que nos hemos encontrado ya hecha y montada. Pero los niños tienen una mirada especial para muchos asuntos, que es posible necesitar siendo adultos.
En cuanto sumamos años dejamos de ser niños.
Nos creemos que ser niños va con la edad y que a partir de un número de años ya nunca más podemos ser niños.
Incluso nos creemos que ser niño no sirve de mucho, no sirve para esta vida que nos hemos encontrado ya hecha y montada. Pero los niños tienen una mirada especial para muchos asuntos, que es posible necesitar siendo adultos.
Jugar es bueno, muy bueno a veces. Y se puede jugar muy en serio, buscando objetivos desde la osadía del juego, sin preocuparnos tanto en el respto a las formas, como en alcanzar éxitos.
Jugar no está en contradicción con lograr objetivos, con trabajar duro hasta lograr el éxito, con ser capaces de conseguir buenos sueldos para montar con cariño —y la ayuda de nuestra pareja— una gran familia.
Jugar es necesario incluso para trabajar con más éxito.
La imaginación, la exploración, la capacidad para abstraernos, es muy necesaria para encontrar soluciones a los muchos problemas comunes de todos nosotros.
Nos vamos dando cuenta que jugar es importante incluso para la planificación de los grandes negocios, para aplicar en las negociaciones la teoría de los juegos, para ser más felices que parece ser lo más complicado de todo.
Juguemos más, y no perdamos la responsabilidad de lograr los objetivos con la mayor seriedad posible.