Siempre hay un tiempo en cada decisión de la vida que es necesario emplear para “dejar” que todas las cosas vayan sucediendo. Es el tiempo que no dominamos, el tiempo que necesitamos que vaya transcurriendo para que todo se mueve un poco hasta dejar huecos, hasta que nuestra entrada sea más lógica, incluso más inevitable. Es decir…, hay que saber jugar con los tiempos.
Pero hay que estar siempre muy atento pues enseguida viene un tiempo para “hacer”, para que todas las cosas sucedan y se realicen. En ese momento nos tiene que encontrar atentos, preparados, capaces de tomar decisiones y de ser positivos.
Hay que saber diferenciar bien en qué momento es necesario intervenir y en qué momento es mejor dejar que todo funcione por sí mismo hasta que todo madura lo necesario. Los silencios, las inaniciones (paralización de alimentar las decisiones) son tan importantes en todo proceso de toma de decisiones, como los propios tiempos de acción.
Pero saber emplear sólo uno de los dos mecanismos lógicos de funcionamiento convierte en incapaz al que lo intenta. Nosotros siempre tenemos que interactuar (actuando o quedándonos sin alimentar el momento), aunque es posible que a veces no acertemos en el tiempo, en el momento. Por exceso o por defecto ese es el riesgo y el punto que debemos conocer bien, pero en eso radica la excelencia de cada persona.
Si nosotros no actuamos…, haciendo o no haciendo…, ¿para qué estamos allí? ¿sólo de espectadores? ¿acaso hemos pagado entrada o esperan de nosotros que en algún momento nos pongamos a aplaudir? Para que las cosas sucedan se tiene que sumar los dos tempos diferentes. El “tiempo necesario para que sea inevitable que sucedan las cosas” y el “tiempo necesario en el que hay que hacer que las cosas sucedan”.