24.3.22

Coger un capazo y su valor psicológico y curativo


Es casi imposible ser aragonés y no conocer los clásicos capazos en la calle, una actividad psicológica y social tremenda por su valor curativo. Coger un capazo es mejor que tomarse una pastilla contra la depresión, es una actividad espontánea a favor de la felicidad, del buen humor y del mejor estar. Aragón sobrevive a sus vaciamientos, a base de saber coger capazos.

Coger un capazo es pararse a hablar con alguien, conocido, en la calle, y al que te encuentras de forma inesperada. Da igual si es entre hombres o mujeres, pero casi siempre entre personas mayores de 40 años.

Coger un capazo no es quedar con un amigo; con ellos se cogen reuniones, pero casi nunca capazos. Los capazos se cogen con conocidos, casi amigos, vecinos, personas que conoces de algo y que en un momento dado te paras a hablar con o sin motivo.

Un capazo no es simplemente saludar, es pararse, es hablar de nada y de todo, es comprobar que todas las personas tenemos los mismos problemas, las mismas dudas y las mismas soluciones, que son pocas o ninguna.

Los capazos se cogen entre gentes de la misma edad o similar. Te saludas y sin saber bien el motivo parapsicológico, empiezas a hablar de una cosa o de la otra. Sueltas tus primeros diablos que te atemorizan y los repartes buscando un consejo sin pedirlo, o un poco de luz. Y recoges los del otro contertulio.

Un capazo no es solo hablar, es sobre todo escuchar. 

Lo importante es que en esos pocos segundos o pocos minutos, algo empiece a brillar de otra manera en alguno de los contertulios, y salgas con una sonrisa en la boca o una posible solución o punto de vista, nuevo, tal vez diferente.

—¿Y qué tal estáis? 

—¡Bien! ¿y tú?

—¡Buff! pues ayer en el… bla bla bla.

—Eso le paso a mi cuñado y no veas, casi dos meses, bla bla bla

Visto así parecería que un capazo es una pérdida de energías, de tiempo, un espacio vacío en el espacio. La nada. Y es totalmente lo contrario.

El valor terapéutico de hablar, de escuchar y ser escuchado, de sentirte acompañado en la calle, de volver a ver a alguien, de sentir que tus espacios urbanos están llenos de personas con las que compartir, es muy superior al de cualquier pastilla médica.

Coger un capazo se hace de pie, parados, no sentados a la fresca, ni sabiendo antes que se va a coger el capazo. Debe ser espontáneo, libre, de una duración indeterminada. Y tal y como se comienza, se termina.

—Pues me alegro mucho, de verdad.

—Te veo bien, sigue así.

—Lo mismo te digo, y saluda a tu esposa, que hace mucho que no la veo