Creo que no sorprenderé a nadie si digo que uno de los elementos que hacen clave a la economía como ciencia es el concepto de “competencia”. La competencia es el mecanismo por el cual diferentes sujetos luchan o rivalizan por conseguir adueñarse de cierto elemento. Ya sea la victoria en un juego, los clientes en una empresa o el producto en un mercado. Todos perseguimos algo y, al ser, generalmente, bienes escasos, debemos competir por conseguirlo.
Y el espacio, aunque pueda parecer lo contrario, es un elemento crucial para determinar la competencia. No en vano, el espacio por el que se compite va a delimitar la interrelación y la interdependencia entre diferentes sujetos.
Kaldor expresaba así en 1935 la relación entre la competencia empresarial y el espacio:
Mirándolo desde el punto de vista de cualquier vendedor, el cambio en el precio realizado por otro vendedor cualquiera es menos importante cuanto más lejos está en el espacio.
Vayamos a los extremos para entender la importancia en distancias cortas.
Está claro que dos tiendas que vendan exactamente el mismo producto, una al lado de la otra están en constante competencia. Y está también claro que una empresa en Nueva York no está compitiendo tan directamente con una empresa en Zaragoza (hablemos, por ejemplo, de panaderías). A la empresa de Zaragoza le va a dar igual el tipo de pan y el precio del pan de la panadería que haya en el Soho de Nueva York, no así la que tenga al lado. Pero, ¿Y si las dos empresas están separadas por dos calles? ¿Por un barrio entero? ¿A los dos extremos de la ciudad? ¿Entre dos pueblos inconexos?
El grado de competencia entre dos empresas se va separando conforme estas se distancian. Este es el mecanismo y una fuerte razón por la cual introducir costes de transporte en los modelos de geografía económica. No por que efectivamente exista un “coste de transporte”, sino por la menor competencia que existe entre empresas distanciadas en el espacio.
Este elemento, tan obvio que hasta puede parecer tonto, es una de las causas que, como en el teorema de imposibilidad de Starret, afecta a la competencia perfecta.
Ya que en microeconomía se diferencian dos bienes no solo por sus cualidades sino por su posición en el tiempo y en el espacio, hablar de competencia perfecta donde hay un número muy grande de oferentes de un mismo producto implica que estos estén en un mismo espacio (para que el producto no sea diferente). Por ello, en la microeconomía se suele obviar el espacio, introduciendo todo el mercado en un solo punto. La realidad económica, sin embargo, nos dice que las ciudades, los mercados, las empresas y los consumidores están distribuidos a lo largo de un espacio que es, como mínimo, de dos dimensiones. Una vez que tenemos en cuenta que un punto infinitesimal no puede contener todos los oferentes y demandantes y que existen fuerzas de competencia en base al espacio, la competencia perfecta se va al carajo. Por ello la geografía económica se basa también en la competencia imperfecta.
En la realidad, el espacio de competencia suele ser un elemento crucial en los juicios por monopolio. La definición del mercado, que tiene que ver con el espacio en donde tiene cabida una empresa, donde comercia, es el primer paso para saber si una empresa es dominante o no. Muchas empresas Estadounidenses se han librado de pagar multas por practicas anticompetitivas por participar en mercados donde no eran lideres, a pesar de serlo en su mercado domestico (EEUU).
En conclusión, tanto la geografía económica como la teoría de la localización se hacen eco de la interdependencia existente entre la competencia y el espacio y como esto inhabilita a la competencia perfecta para un marco analítico de la economía si se quiere tener en cuenta el espacio.
PD: Otro día hablaremos de cómo las nuevas tecnologías dan una mayor importancia al espacio y no menos, como se suele pensar al creer que una mayor interconexión y competencia disminuye el efecto del espacio en el conjunto.