El dato del déficit público dado a conocer hoy es complicado de asumir, y aunque nos da la mala idea de que tal vez haya sido recrecido “con suavidad al alza” —para diversos motivos políticos o no—, es un punto de partida para la contabilidad del año 2012 y 2013 de complicado cumplimiento contable.
Creo que todos sabemos lo que supone el déficit público en un 8,51% cuando nos habían dicho los prestamistas que no nos dejarían más de un 6%, pues la pedagogía económica ha sido amplia en estos meses. Pero voy a intentar aclararlo algo más para quienes todavía no lo tengan claro del todo.
El déficit es la diferencia entre ingresos y gastos, algo que es comparable a lo que nos sucede a todas las familias. Imaginemos que cobramos 1.000 euros al mes en 14 pagas. Para comparar es tanto como que en nuestra familia ganamos 14.000 euros al año y hemos gastamos durante 2011, uno 15.192 euros. Nos hemos gastamos 1.192 euros más de los que hemos ganado. Si no tenemos ahorros, si además estamos endeudados constantemente, la única salida y posibilidad de gastar más de lo que ganamos es que alguien nos preste esos 1.192 euros. Para el siguiente año tendremos que pagar lo que debíamos en 2010 más lo que hemos aumentado en un 8,51% de más deuda durante 2011, los intereses de toda la deuda y además tenemos que convencer a quien nos ha prestado el dinero de que es posible que en 2012 volvamos a tener más deuda, y que tendremos que solicitar más crédito.
El que nos presta en dinero (el director del banco), cuando se sienta con nosotros en SU mesa nos dice que eso no puede seguir así, que lo entendamos, que mecachis pero igual al próximo año ya no nos deja más dinero prestado. Que igual tiene que buscarse un nuevo ingreso, u ofrecer más garantías.
Y nosotros, que necesitamos el préstamo para seguir comprando pan o para mantener el nivel de vida, le tenemos que decir a todo que si y poner cara de solventes.
Tenemos dos soluciones, una vez que nos hemos ido del despacho del director del banco. O ganamos más sueldo o gastamos menos dinero. Nos sentamos con los hijos y la pareja y analizamos los gastos. Ya el año pasado dejamos solo un teléfono móvil, un coche y lo empleamos mucho menos, dejamos de beber vino en la comidas y consumimos más verdura y menos carne. Gastamos menos en vacaciones, en cuidado personal, no hemos comprado ropa excepto en rebajas, menos en cultura, en ocio, en…, ¿de donde recortamos ahora?
El hijo pequeño, que estudia por edad, nos dice que alguno tiene que trabajar más horas y ganas más dinero. Claro, él no piensa trabajar. Y dice que los ingresos (el Estado trabaja más a costa de subir impuestos) deben subir, que él no está dispuesto a perder sus “jueves al cine”. Es decir, nos encaminamos sin remedio a una subida del IVA y a un recorte más alto de los gastos de todo tipo. La hija, —muy espabilada ella— nos dice que por qué no metemos como ingresos lo que nos pagan en negro en la oficina por los trabajos extra y los dedicamos a ampliar nuestra contabilidad general, que hasta ahora lo que hace la familia es guardarlo para gastos extras o para disfrute de los adultos en noches de fin de semana con amigos. Nos ha jodido esta chica, pensamos los adultos. Pero está claro que si el 20% de la contabilidad de España es negra, deberíamos intentar que se volviera blanca ¿no?
A Grecia han amenazado con mandar a 40 inspectores de la Hacienda de Alemania, para investigar su mercado negro. Igual a España hay que enviar a 400, que aquí somos muy listos para engañar. O yo qué sé.