Cuando el tranvía de Zaragoza llega a un semáforo o a un cruce, un robot lo detecta y cambia el sentido de todos los semáforos por donde va a pasar. Hace 50 años esto mismo lo hacían guardias de tráfico. Cuando en un gran centro comercial han pasado por caja al cobro 1.000 litros de leche, se detecta en el robot del almacén y se repone en los viales, y automáticamente solicita al proveedor asignado que se les envíe más material. Parte todavía hoy lo hacen los humanos.
En breve no será posible hacer huelgas en muchos de los servicios públicos pues no habrá personas trabajando en ellos sino máquinas.
Leíamos esta semana que a una máquina que jugaba al ajedrez le habían programado no ya para aprender a jugar al ajedrez, sino para aprender ella misma de las partidas que jugaba y perdía. Tenía capacidad de aprendizaje que aumentaba según los resultados. Tomaba decisiones según los resultados, con preferencia de sus propios malos resultados. Un nuevo paso en los aprendizajes artificiales.
Dudamos sobre la posibilidad de que los robot se nos rebelen contra nosotros, tomen decisiones ellos mismos, y este es el camino, enseñarlas a que tomen decisiones según sus propias experiencias. Y lo hacen bien, pues utilizan el mismo mecanismo que las personas, aprender del error.
Hoy podemos hablarle a una pantalla y ella nos escribe lo que le vamos traduciendo, incluso lo hace con muy pocos faltas de ortografía o de sintaxis, y le podemos dictar en castellano y ella lo escribe en inglés o al revés. La mirada de nuestro teléfono puede estar observando en francés y mandarnos a nosotros la misma imagen ya traducida al castellano. Y si queremos le podemos decir al mismo teléfono que nos lea en voz alta lo que allí pone, en un idioma o en el contrario.
Todo esto son robot escondidos, personitas pequeñas con forma de “cosa” que se nos han ido metiendo dentro del bolsillo. ¿Y si esos mismos teléfonos tuvieran mecanismos escondidos para saber detectar dónde estamos en cada momento, qué compramos, a quien llamamos, con qué personas nos relacionamos y con quien se relaciones nuestros contactos? Estoooo…, que me dicen que si, que esto también…, ya…, también. Si. Jo.
Leíamos esta semana que a una máquina que jugaba al ajedrez le habían programado no ya para aprender a jugar al ajedrez, sino para aprender ella misma de las partidas que jugaba y perdía. Tenía capacidad de aprendizaje que aumentaba según los resultados. Tomaba decisiones según los resultados, con preferencia de sus propios malos resultados. Un nuevo paso en los aprendizajes artificiales.
Dudamos sobre la posibilidad de que los robot se nos rebelen contra nosotros, tomen decisiones ellos mismos, y este es el camino, enseñarlas a que tomen decisiones según sus propias experiencias. Y lo hacen bien, pues utilizan el mismo mecanismo que las personas, aprender del error.
Hoy podemos hablarle a una pantalla y ella nos escribe lo que le vamos traduciendo, incluso lo hace con muy pocos faltas de ortografía o de sintaxis, y le podemos dictar en castellano y ella lo escribe en inglés o al revés. La mirada de nuestro teléfono puede estar observando en francés y mandarnos a nosotros la misma imagen ya traducida al castellano. Y si queremos le podemos decir al mismo teléfono que nos lea en voz alta lo que allí pone, en un idioma o en el contrario.
Todo esto son robot escondidos, personitas pequeñas con forma de “cosa” que se nos han ido metiendo dentro del bolsillo. ¿Y si esos mismos teléfonos tuvieran mecanismos escondidos para saber detectar dónde estamos en cada momento, qué compramos, a quien llamamos, con qué personas nos relacionamos y con quien se relaciones nuestros contactos? Estoooo…, que me dicen que si, que esto también…, ya…, también. Si. Jo.