Lo normal, si no sabemos quejarnos en su momento, es que al final tengamos que gritar fuera de tiempo. Esto sucede siempre y de siempre. Pero no queremos aprender. Empiezan todos los procesos de control muy medidos para que nadie sospeche que nos están apretando el gaznate aunque el dolor sea cada vez más duro. Y cuando nos queremos revolver ya es tarde.
O si no es tarde, nuestro quejido suena a raro y excesivo, además de no servir ya para resolver nada.
El truco de la parte cabrona está en saber apretar sin que se note mucho. Y el truco de la parte que aguantamos es no pasar ni una, pues tontos y silenciosos no nos obligan a ser.