No puedo encontrar una isla desierta a dónde ir a esconderme si quiero hacerlo, creo que ya no quedan, pero sabiendo que la soledad puede ser una enfermedad y que me lo recuerda muchas veces mi hermano, a veces y como decisión propia, una cierta dosis de soledad nos vendría muy bien a todos. Si la pudiéramos controlar y revertir.
Pero cuidado con jugar con esa opción, pues la soledad es contagiosa, se vuelve vírica y es luego muy complicado abandonarla o curarla.
No es lo mismo la soledad parcial y elegida que la soledad que te llega para comerte los pies.
La soledad no buscada es un tremendo problema en estos tiempos tan líquidos y tan dados a cosificar a las personas mayores.
¿Mayores? A veces no tanto, depende de las circunstancias.
Ante la soledad no cabe otra que intentar buscar la salida, unirse solos con solos, hablar y mirarse a los ojos, acompañarse y contarse sus piedras en el zapato.
El bienestar emocional empieza por no estar solo, si es que no se quiere estar solo. A partir de una compañía, aunque sea imperfecta, parcial en el tiempo, el bienestar emocional es algo más posible.
El ser humano, nosotros, necesitamos vivir en compañía, aunque no siempre lo reconozcamos, sobre todo si no llevamos varios meses en soledad.
Y en estos tiempos no es muy sencillo encontrar compañías, compañía de ratos, de hablar y escuchar.